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Hay veces que la soledad me asusta.

Hay veces que la soledad me asusta. Su precencia me inquieta, me tensa. Es un nerviosismo revoltoso e ineficiente... huyo.

Hay un momento en el que ya no puedes evitarla, te plantas en medio del salón y la miras a los ojos...desafiante.

¿Sabes cuando en tu mente lo ves todo claro pero al ejecutarlo te sale fatal?, pues eso.

La voz se me quiebra, los ojos se cuajan y un hilillo de voz murmura en lo que pretendía ser un rujido: ¿!pero queeeee coooñoo quieres!?...rendición.

Vulnerable, ese es el miedo.

La soledad es una anciana sabia y ya dueña del tiempo. De ojos firmes que ven, que atrapan. Duros pero no juzgan, te ubican, me dejo y me centran. Ojos arropados de arrugas suavizan el momento, ternura que preparan el oído...derriten el corazón.

Es curioso ese efecto, la mirada de un niño, la mirada de un anciano.

La vulnerabilidad se transmuta en paz, no mueve los labios pero escucho...dejame estar y producir el silencio en el que te escuchas, tan solo déjame acompañarte.

Sin decirnos nada te acompaño, tan solo estoy para que se de tu encuentro.

No es a mi a quien temes, es a tí. Yo tan solo genero el espacio en el que estás.

Certeza, todo se para y lo noto rotundo...presencia.

Asombro, inquietud. Ella levanta levemente su mano añeja. Me callo, me calma. YO.

Ahí me siento tanto que me desbordo. Su mirada me ancla, y me dejo.

Soledad sonríe, una sonrisa que es arte. Lo entiendo, me entiendo.




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